Estas son palabras que salen a borbotones, inconexas, como aparentemente funciona la dinámica que David Lynch ha creado con Twin Peaks. Algo ya se ha dicho respecto al modo en que Lynch nos ofreció un mundo nuevo, un mundo siniestro e inexplorado. Es probable que aquí aparezcan spoilers, detalles de la trama elaborada de este universo tan profundo y onírico ya que este escrito es más bien un modo propio de ordenarme ante lo visto, de rearmarme luego de haberme entregado a Twin Peaks.

Pocas veces he sentido la afectación subjetiva ante lo que veo. Me sucede casi siempre ante materiales audiovisuales que tienen que ver con la política de mi país y mi región. Sin embargo, la ficción también puede conmover. A veces a través de los lugares comunes: la identificación con personajes entrañables, la muerte de un ser querido o animales, guerras, entre muchas otras cosas. En este caso, Twin Peaks conmueve desde los puntos más humanos, y, por ende, menos reconocidos por nosotros.

No quisiera intentar explicar lo que he visto, porque no puedo, y porque es un tanto insultante hacia la obra. Porque Twin Peaks tiene una complejidad explícita humana que no admite sobreexplicaciones. Es una experiencia sensible y corporal, propiamente humana, por lo que no dice y por lo que insinúa; por lo que pone sobre el tapete: la miseria humana, aquella de la que renegamos pero que sin embargo nos atraviesa en cada acto. Acaso estas líneas que escribo sean simplemente un intento de darle forma a lo visto, de ubicar sus puntos de horror y de conmoción, siempre singulares y personales.

No es la intención explicitar la trama de la serie y la película, intuyo que si estás leyendo esto es porque su visionado ya fue finalizado. Me interesan más bien los fragmentos que se caen, los bordes filosos, las insistencias y repeticiones que a mí, simple espectadora, me afectan o interpelan de algún modo.

Pienso que me encuentro aquí con una imposibilidad de poder decir qué estamos viendo, por su intensa cercanía, por sus puntos más opacos. Por esa muerte rondante incluso antes de que se concrete. Porque la vida de estos habitantes de Twin Peaks está cargada de un tinte mortífero todo el tiempo, aunque se explicita en Laura Palmer. Ella pareciera ser el chivo emisario, la que denuncia la podredumbre que ha existido allí, quizás desde siempre. Como si se tratase de un pueblo maldito, aunque es más bien la carne, las equivocaciones y los deseos oscuros los que merodean.

Tomando quizás forzosamente algo que el realizador audiovisual rosarino Francisco Matiozzi Molinas dijo en una conversación sobre Cine y Memoria, manifiesta que el cine le permite ordenar el caos. En ese sentido, y salvando las diferencias de contenido abordadas, pienso en el modo en que el cine viene a ubicar algunos interrogantes, a esclarecerlos, a explicitarlos, quizás sin necesidad de conseguir respuesta alguna. Las preguntas siguen flotando, pero al menos son dichas. Para Lynch, el cine era “un medio mágico”, un lenguaje único, una conversación donde las imágenes hablan sin necesidad de forzarlas a decir algo.

Twin Peaks me recuerda a La Zona de Stalker (1979) de Andrei Tarkovski, en algún sentido. Es ese espacio bisagra, un entre, un pasaje, donde los deseos más profundos pueden concretarse. Sin embargo, bien sabemos que la potencia del deseo es, efectivamente, nunca colmarse, nunca llenarse. Es más bien motivo y motor de movimiento, un impulso a buscar algo que jamás será encontrado como tal, llenado o satisfecho. Podemos pensar que esta ficción elucubra algo del inconsciente, un inconsciente a cielo abierto, el espanto mismo rondando por las calles. Es, sin embargo, en forma laberíntica que lo muestra, ubicando zonas desconocidas de nuestro ser que, a fin de cuentas, son las más propias.

Todo el cine de Lynch -podríamos decir-, y específicamente esta cosmovisión creada, ubica algo del ser siniestro que cada uno de nosotros somos, nuestro mal potencial, nuestras pasiones oscuras, los límites atravesados y sus consecuencias irrevocables, vividas, en este caso, a modo de castigos un tanto sobrenaturales. Claro está, una ficción permite figurar una conjetura, y ello se hace mucho más palpable con la potencia de la imagen, de la creación virtual, que permite metaforizar, exagerar y de este modo, hacer más directa una idea. Este otro mundo, este Black Lodge, captura de sueños y pesadillas, donde el lenguaje se altera, se enlentece y condensa, es un espacio sobrenatural donde se alberga todo lo que perturba y no tiene explicación alguna. En esa sala de espera que es la Habitación Roja, se vuelve descanso y tortura de los espíritus que no logran encontrar su paz, allí merodean, entre esas cortinas rojas plagadas de dobles y entidades sin nombre.

Para Lynch, es imprescindible no cargar con palabras las experiencia cinematográfica, sino dejar que el espectador vea y se conmueva con aquello que le parezca valioso. Por eso quizás, durante muchos episodios, aparezcan cosas por demás extrañas, o que no encajan con la narrativa que se encuentra desplegándose. Cierto es que hay allí un sentido, al menos el de incomodar al espectador o interpelarlo. Como los sueños del agente Dale Cooper, que desde antaño parecen anticipar los horrores con los que se verá en un futuro cercano. Un hombre gigante, tétrico, entrega acertijos para acercar la búsqueda. Un hombre de pelo largo y macabro se insinúa acechando al pueblo. Un oficial de integridad y amabilidad intachable, el Major Briggs, con sus viajes temporales, desapareciendo y apareciendo con su memoria borrada. Algunos de estos acontecimientos y otros cuantos más aparecen para alterar y confundir, para perturbar nuestros sentidos y emociones, dando indicios de que debemos mirar para otro lado, un poco más allá, o más cerca, para pesquisar algo de lo que está sucediendo dentro del pueblo.

Pienso, en todo este circuito, en Bob. Quien quiera que sea, me interesa más bien pensar qué es, qué función ocupa, qué posición adopta en la dinámica de los habitantes de Twin Peaks. Bob parece estar en todos lados y en ninguno a la vez, como si estuviera en un no-lugar. En Fire, Walk With Me (1992), este panorama se aclara y se ensombrece a la vez, en tanto se amplía la perspectiva de este Bob y podemos ver su esencia y su energía en muchos lugares a la vez. En ese sentido, me recuerda a Nosferatu (2024) en demasía. Por ejemplo, cuando el personaje de Bill Skarsgard dice “yo soy puro apetito”. Es una fuerza, una búsqueda insaciable de pura carne y descarga. Es algo así como el ello freudiano, esa fuerza inagotable, primitiva, oscura e insaciable. Un aspecto no conocido e inconsciente de nuestro ser, que, sin embargo, opera en nuestros actos. En eso que es insaciable, no frena, y nos impulsa a hacer, más allá de nuestras voluntades conscientes. Pienso en estos aspectos cuando me acerco a la idea de Bob. La pregunta se abre respecto a la posibilidad de la existencia de Bob en cada uno de nosotros. No sólo en el personaje que la serie ubica claramente en la segunda temporada y en la película, sino también en los otros. La existencia de Bob podría traer un atisbo de entendimiento en relación al por qué algunos personajes hacen lo que hacen, tan perturbados, tan al límite de lo que hace mal, gozando y sufriendo por igual, aún con otros caminos para elegir.

Lo curioso e interesante, relata Lynch en su libro Atrapa el pez dorado (2006), es que en un comienzo no existía Bob como tal, como idea. Ni siquiera un atisbo de ella. Hasta que en el set de filmación aparece Frank Silva, asistente de decoración, y algún brillo se posa en él. Lynch lo hace participar en una escena, simplemente parado en un rincón, aunque “no sabía para qué ni qué significaba”. Algo mágico aconteció a partir de un evento fortuito, una eventualidad o casualidad, que dio lugar luego a la figura de Bob, bisagra y trascendental para ubicar las conexiones existentes dentro de Twin Peaks y esos actos sin explicación que allí se gestan.
A fin de cuentas, la razón lógica no opera en ese lado del mundo, quizás en ningún lado realmente. Quizás todo esté concentrado en lo que Lynch denominó como garmonbozia, ese alimento extraño a base de choclo/maíz. La garmonbozia, esa sustancia que se vincula al dolor y al sufrimiento. Todo está allí reducido. Sin explicación. Es tan sólo un misterio a ser descubierto, sin intentar comprenderlo.
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