La obra de Héctor Germán Oesterheld tiene todos los elementos necesarios para ser llevada al cine. Toda, completa, en forma de cortos o largometrajes. Desde el Sargento Kirk hasta Bull Rocket, pasando por sus múltiples publicaciones en revistas de historietas. Y, por supuesto, El Eternauta, la más icónica, la que trascendió las fronteras de Argentina como solo lo ha hecho, por caso, Mafalda.

Influyente, poderosa y tan universalmente argentina, la obra maestra de Oesterheld (con ilustraciones de otra leyenda, Francisco Solano López) atravesó numerosos proyectos que intentaron llevarla a la pantalla grande.
Adolfo Aristarain (Tiempo de revancha, 1981), Lucrecia Martel (La ciénaga, 2001) e Israel Adrián Caetano (Un oso rojo, 2002) en orden cronológico, intentaron hacer patria y plasmar la aventura de Juan Salvio en un guion y un largometraje. Pero nadie pudo hasta el momento con esa empresa. Tal es así que el desembarco de El Eternauta en el audiovisual será a través de una serie producida por Netflix y con dirección de Bruno Stagnaro (Pizza, Birra, Faso, 1998).
De los nombres que estuvieron a punto de llevar la gran novela gráfica argentina al cine el que más cerca estuvo de los títulos de crédito fue el de Martel, que trabajó junto a los productores y responsables de la obra de Oesterheld en la previa a un guion de su autoría. La realizadora más importante del cine argentino desde fines de los 90s (y una de las más relevantes de la historia de América Latina) escribió una versión original del guion, pero no hubo acuerdo. Ella misma contó en distintas oportunidades durante los últimos años el porqué de lo malogrado del proyecto.
“Cualquier aproximación nunca va a ser El Eternauta, va a ser otra cosa. Lo que yo estoy trabajando es una versión. La filmaré cuando entregue el guion y los productores y yo nos pongamos de acuerdo en seguir ese camino. Esa es la instancia en la que está el proyecto”, dijo en noviembre de 2008, durante una charla que ofreció en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Poco después de aquella declaración, la relación entre Lucrecia Martel y los productores del film estalló por diferencias en la concepción del personaje y su idea narrativa-estética para el proyecto.
Una década después de aquello, con el tema masticado y sin nuevos directores o directoras a la vista en relación a la ficción comiquera, la realizadora volvió a referirse al tema.
Ante una pregunta sobre cómo llegó a la novela de Antonio Di Benedetto que dio origen a su film Zama (2017), Lucrecia afirmó que con ese texto “escapaba de El Eternauta, que no iba a ser película, pero ya era guión, y eso significaba un año y medio viviendo en la nieve tóxica”.

“Mi versión terminaba con los sobrevivientes huyendo por el río Paraná y Paraguay hacia Asunción y eso hice. Tenía un barco inadecuado, pero suficientemente fuerte para soportar mi inexperiencia. Me llevé muchas expediciones fluviales del siglo XVIII y XIX. Y Zama, porque una amiga me había dicho que tenía mucho que ver con el río”, describió en diálogo con la revista Caligari en el año 2018. Luego abundó, yendo al punto central del conflicto sobre El Eternauta: “No nos pusimos de acuerdo con los productores. Había desconfianza mutua, y así es mejor no organizar ni un cumpleaños”.
Asimismo, deslizó una crítica feroz a los productores, aunque barnizada por un gran manejo de los buenos modales: “Hay una cualidad muy preciosa en el trabajo de los productores de cine, y es imaginar lo que todavía no han visto ni oído. Y confiar que la persona que tienen delante lo puede llevar a cabo. Es un acto de fe muy grande”, disparó.
En otro momento de estos años, ante el diario La Gaceta de Salta, la artista nacida en esa provincia argentina rememoró: “Fue una enorme frustración no poder hacer El Eternauta. Cuando una persona se pone a escribir no espera un peso para meterse en el mundo, es imposible. Pensar El Eternauta significó salir todas las noches a recorrer los pasajes del libro que yo me imaginaba sean como Villa Luro. Cuando se frustró ese proyecto no sabía cómo salir de ahí, estaba encantada”.
También en diálogo con Caligari la directora de La mujer sin cabeza volvió al tema aunque de forma tangencial, con una reflexión sobre el negocio del cine y su implicancia en la narrativa: “Me parece que el cine dejó de ser una actividad tan exclusiva en cuanto a la tecnología, lo que no ha cambiado tanto es quiénes tienen acceso al financiamiento y a la distribución. Creo incluso que se ha cerrado un poco más la brecha", expresó.
"La industria se resiste a abandonar el modelo hegemónico de narración y hay mucha gente que necesita de otros sistemas narrativos para expresarse. Tengo fe en el aburrimiento futuro. Pero es innegable la pobreza del cine hoy, solo representa a una minoría blanca y de clase media”, arremetió también.
Antes de eso, en 2015, durante una entrevista con revista La Fuga, Martel ya se había referido al tema con una verdad que se expande a todos los multiversos de la vida cotidiana en sociedad: “Una cosa elemental, que no se discute, es la domesticación que todos tenemos por nuestra educación, que no nos permite ver ciertas cosas. Y que si no se hace un gran ejercicio de sacudón de la percepción, de la observación de nuestras ideas sobre el mundo, es muy difícil que nos salgamos de esos esquemas”.
Y agregó: “El acceso de ahora a producir imágenes y sonido parece algo más sencillo. Se puede obtener una calidad industrial de imagen y de sonido, con equipos muy pequeños y notablemente más baratos. Y sin embargo no hay una proporción semejante de experimentación habiendo recursos más sencillos. Es muy curioso. La gran tentación son los formatos consolidados por el mercado, como la serie de televisión”.
Y allí es donde finalmente fue a parar El Eternauta, a una serie de televisión con Ricardo Darín.
Lucrecia Martel y los personajes
A propósito de El Eternauta, pero también de su idea sobre el cine en general, la directora que alguna vez le dijo que no a la Academia de Hollywood se ocupó de dejar en clara su posición sobre pensar el cine, escribirlo y hacerlo.
“Para escribir, sobre todo al principio, no me sirve pensar si es hombre o mujer. Es difícil escapar de mi propia estupidez si pienso de esa manera, entonces escribo pensando en un monstruo de naturaleza desconocida y ahí logro acercarme mucho más al personaje, y a mí misma”, apuntó. Y agregó: “No los armo psicológicamente porque nada sé de psicología. Son confluencias de observaciones, de obligarme a ese lugar de observación clase B, el monstruo”.
“Un día me di cuenta de que hay una génesis que se repite bastante: los diálogos crean personajes, los personajes abren el espacio. Es evidente que es una metodología infantil, pero lo que tiene de bueno es que no mata la curiosidad. Al principio suele ser un sonido, con o sin palabras. Generalmente con palabras. El sonido es el lugar en el que el espectador estará inmerso y sumido: en ese mundo interpretará las imágenes. La fuerte referencialidad que tienen las imágenes se vuelve inestable por la banda sonora. Eso es lo que intento siempre”, contó.
¿Y la Academia? ¿Y los Oscars?
Dentro de la larga lista de directores y directoras que fueron ignorados por los premios más deseados del cine se encuentra Lucrecia Martel. Sin embargo, y luego de la repercusión que logró Zama en todo el mundo, los capitostes de la Academia intentaron agregarla por la fuerza a su lista de votantes para los galardones que se entregan cada año.
Dijo la realizadora: “No está bien lo que hacen. Anuncian que te sumaron sin siquiera esperar una respuesta. Mi amigo Marcus Hu, distribuidor en Estados Unidos de Zama, me explicó que él me había propuesto porque cree que es posible cambiar el pensamiento de la Academia desde adentro. Creo que tiene razón, pero no es mi lucha”.
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