Mi amigo el monstruo: Frankenstein en tiempos virales - No soy tu contenido.

Sientes tu respiración golpeada, como pálpitos apurados en forma de eco en el pecho. Tus pasos son torpes, pero veloces; aplastan todo a su paso en ese bosque frondoso, siniestro, oscuro. Y tus ojos inquietos solo buscan escape sin encontrarlo.

El sonido de los grillos nocturnos te eriza las pieles cocidas. Los árboles altos se pierden en niebla espesa de un lugar que no conoces mientras escuchas a lo lejos esas voces de gente sin alma acechándote. Cierras los ojos y recuerdas cómo inició todo.

Un día antes:

En una ciudad distópica, donde el mórbido sentir de la gente sin alma, robotizada y mecanizada por pantallas azules y dedos inquietos, es lo cotidiano, lo estándar; las alertas de los celulares advierten sobre la noticia del mayor logro del hombre: Frankenstein descubre cómo revivir a un ser conformado por distintas partes humanas.

El algoritmo enloquece, la tendencia es brutal y amarillista al punto que toda la ciudad corre directo al centro científico donde se hará el descubrimiento del año. ¿El objetivo? Lograr contenido para sus redes.

Los representantes del centro científico glorifican aquel momento, haciéndolo aún más glorioso para la masa zombi que se hace llamar ‘gente y deciden hacer el evento público en un bosque a las afueras de la ciudad, con estrados para que el hecho sea aún más espectacular.

Frankenstein, el científico, no estaba de acuerdo, pero no pudo hacer nada: ya era un hecho decidido por la directiva. La historia no existe si no se publica”, dijeron mientras celebraban.

Horas antes del evento, las personas no eran más que reflejos azules de la pantalla que iluminaba sus rostros. Como entes sin alma, se dirigían al espectáculo, listos para registrar el hecho como un gran contenido para sus redes.

Tú, un hombre de mil pedazos, armado, configurado con piezas ajenas, estabas ahí, inerte en la camilla, conectado con electrodos y sistemas para darte vida. El científico, nervioso, repetía una y otra vez los pasos a seguir en su cabeza. La gente iba llegando. Cada vez con más demencia. Ya todo estaba listo para la acción.

La junta directiva del centro científico se abre paso en el escenario donde yace tu cuerpo, conectado a múltiples cables.

—¡¿Están listos?! —dice el representante, como presentando un espectáculo. El más cruel espectáculo que pudo haber generado esa distópica ciudad de gente apantallada.

—Luego de muchos años de pruebas, nuestro gran científico Frankenstein ha logrado descifrar la vida y la muerte —anuncia, y todos prenden sus celulares. Nadie ve lo que pasa en vivo, sino a través de sus pantallas.

—¡Es momento de que nuestra sociedad evolucione aún más y demos paso a la vida después de la muerte! — dice el representante abriendo los brazos y glorificándose.

Tímidamente el científico se abre paso. Llama a su asistente, el cual, con dificultad física, se acerca a apoyarlo. Explica al público cómo pasará corriente de alto voltaje a través de puntos estratégicos en tu cuerpo y tu cerebro para darte vida. Pero a nadie le importa el cómo, sólo el resultado, solo la foto. La desesperación de la gente se nota y también en sus celulares, así que el directivo apura con un gesto al científico Frankenstein.

Así que comienza el espectáculo. Activan la primera palanca que lleva corriente a tu corazón. Un sonido eléctrico se escucha, tensando todo el momento. Las luces de los celulares cargan aún más la escena. La segunda palanca activa los electrodos conectados a los músculos de tu cuerpo con un sonido más estruendoso, todo empieza a verse más luminoso, se empiezan a escuchar los comentarios de transmisiones en vivo. La mirada del científico se tensa, gotas de sudor recorren su frente y caen entre sus ojos. Finalmente, baja la tercera palanca, conectada directamente a tu cabeza.

Los brazos de la gente se tensan más con el único propósito de no perderse nada, los comentarios abrumadores de la gente trasmitiendo en vivo se vuelven más irritantes y los sonidos de likes comienzan. Los directivos se felicitan entre sí. Frankenstein prefiere no ver.

Suavemente tus ojos se abren. Un suspiro masivo eleva la tensión del momento. Las personas relamen sus labios, sujetan con más fuerza los celulares. Algunos aplican filtros, otros reencuadran para capturar mejor el momento.

Un silencio abrumador, se concentran en ti: tú, suavemente volteas a ver a las personas y una reacción inminente arrasa con el silencio. Sonidos masivos de likes y notificaciones, los comentarios en vivo se vuelven gritos desenfrenados y las tensiones por encontrar la mejor posición de los celulares desordenan el ambiente más. Tú te sientes desconcertado. La gente saliva impresionada mientras suben sus videos. Ninguno te ve realmente.

Tú, sentado en esa camilla, no entiendes nada de lo que sucede. Sólo ves pantallas y rostros con reflejo de luz azul.

Sientes un vacío inexplicable en el estómago y una soledad absoluta. Frankenstein se da cuenta y trata de acercarse, pero aún la corriente recorre tu cuerpo, lo que genera que reciba una descarga y muera al instante.

Lo miras, es la primera vez que tus ojos se nublan de lágrimas y sientes, pero ese sentir es algo extraño en el cuerpo, la pena por la muerte de tu creador es absoluta y la contemplas como un sentimiento desbordado. Gritas.

La directiva se oculta, retroceden como ratas espantadas por agua en un barco que se hunde. Las personas, en un éxtasis total, reciben likes, y los sonidos de alertas y notificaciones comienzan a aturdirte.

El morbo por capturarte en sus celulares se desenfrena. Rompen la barrera que separa el escenario de la zona del público.

Tu primera reacción es huir, alejarte lo más pronto posible, como si algo primitivo en ti reconociera esa energía detrás de las pantallas como una amenaza.

Decides correr, pero las ansias de la masa aún no están complacidas, así que te persiguen. Corren detrás de ti como verdugos digitales.

Sigues corriendo por aquel bosque frondoso y nebuloso de gente sin alma que sólo quiere capturar el momento en sus celulares. Volteas y ves un reflejo azul: es la masa que viene por ti. Son los celulares. Tienes miedo. Tu vida apenas comienza, y lo único que has sentido hasta ahora es miedo del mundo moderno.

Tropiezas y escuchas:

—¡Está por ahí!

Te encorvas en ti mismo, tirado en la tierra en posición fetal, sintiendo soledad y miedo. Aprietas los ojos y las manos, tu cuerpo tenso no sabe cómo reaccionar.

Escuchas cómo llegan hacia ti, te rodean, se empujan por lograr capturar mejor el momento. Aprietas los dientes. La gente se abalanza con más furia. Los sonidos de los likes aumentan, cada vez más frecuentes. Ojos sin vida, bocas entreabiertas en orgasmos ansiosos. Hasta que tu corazón no resiste más la presión… y te desmayas.

Ahí, en el vacío, en la oscuridad, te sientes libre. Afortunado por no sentir ni ver nada.

Cuando despiertas, ya no hay gente a tu alrededor. El bosque está como si nada hubiese pasado. Las aves cantan y la brisa se siente calida. No tienes idea de dónde estás ni qué pasó, pero te incorporas y caminas, esperando encontrar un lugar donde habitar.

En tu camino, cansado, encuentras a un humano. Mira su celular. Te aterras, y del susto caes, alertándolo de tu presencia. Él te mira, y con indiferencia, sigue usando su celular. Así que decides acercarte.

—Hola, yo soy…

—Sí, sé quién eres. Pero ya no eres tendencia. Así que no importas.

Sin entender de qué está hablando, decides continuar hacia el horizonte… en búsqueda de una vida real.

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