La microfísica del poder en Cónclave, y la desobediencia como forma de resistencia

Spoilers

Pocas cosas me interesan menos que un cónclave.

Así mismo, hacía tiempo que una película no me resultaba tan interesante.

Creo que el mayor acierto de Berger y de toda la propuesta en general, es la de haber descubierto un mundo que resulta profundamente “cinematográfico”, y que jamás se había mostrado así. Podríamos nombrar una buena decena de antecedentes aquí, eso está claro; sin embargo la película a la que nos referiremos, lleva este mundillo hasta la cima de lo espectacular.

Es momento de que hablemos de la microfísica del poder, en la teoría de Michel Foucault. Antes que eso algunas cosas que hay que decir de la película.

Algunas notas

Extra omnes

Había allí, en un cónclave propiamente y en las altas esferas de la curia de la Iglesia en Roma, un mundo completamente “filmable” como dijimos. La presencia predominante de hombres adultos mayores, vestidos con ropajes coloridos y cargados contra todo uso y costumbre de lo que otro varón de su edad vestiría en Occidente fuera de ese contexto, en unos interiores enormes con los techos altísimos y algunas de las pinturas que más veces contemplamos en cuanto acontecimientos artísticos de la Humanidad, devenidas en decoración ornamental de los espacios de uso cotidiano. Resulta casi un otro-mundo, que estaba allí esperando ser filmado por alguien que aproveche todo su colorido potencial visual.

Narrativamente el cónclave es además un elemento increíblemente conveniente para el desarrollo de la trama. De un momento para otro y hasta finalizar el proceso electivo de quién detentará a partir de allí la tarea de ser el romano pontífice, las puertas se cierran; quedando los cardenales electores dentro y sin comunicación con el exterior que pueda influirlos. Este hecho se constituye como el escenario perfecto para el desarrollo de un thriller con referencias al género policial y detectivesco.

Además, toda la cuestión de tensiones dentro de la política eclesial que la película expone, propicia una trama de intrigas, traiciones, operetas, dobles agentes, alianzas, desconfianza, mentiras, y grandes valores e ideales que sobrepasan a los agentes concretos que son esos curas particulares, dándoles la entidad de ser grandes causas las que parece que estuvieran en juego.

Es valorable que además la historia rompa con la dialéctica más obvia de progresistas - conservadores como una lucha de Bien que lucha contra el Mal, mostrando las contrariedades hacia dentro de cada facción. Rescato también la toma de postura de la película respecto de los curas liberales no solo como “los más buenos o menos-malos” sino incluso mostrándolos como vencedores de la contienda ideológica; cuando sería más sencillo para el sentido común, elegir el lugar común de la Iglesia como institución completamente tradicionalista y adversa al cambio. Lo mismo digo de la capacidad de mostrar el lado más miserable y “pecador” de la condición humana en la que se encarna la institución, sin la necesidad de caer en los golpes bajos (y tristemente ciertos) como el abuso de menores.

(No se interprete este párrafo como una defensa de la Iglesia, sino por el contrario: una defensa del cine como narrativa de ángulos complejos y que nos interpelen, aunque estos contradigan lo que pensamos, y no como lugar cómodo donde habitan los lugares comunes)

Todo el primer acto resulta una presentación magnífica del cardenal Lawrence, y uno lo acompaña al inicio accidentado y denso inminente del cónclave, sabiendo que ese pobre hombre es el último ser humano en el que uno querría estar en su lugar. Contrariado por el sabor amargo de la muerte del Papa, y las condiciones e que su vínculo termina, y con la responsabilidad de ser quien lleve a cabo el cónclave, y además la misión de que el proceso sea genuino, válido y bueno. Tensionado por la necesidad de respetar el proceso electivo, que se manifieste la voluntad de dios (sobre la que tampoco está tan convencido) y la posibilidad de influir como perteneciente activo de una facción con posturas muy tomadas sobre cuál es el futuro ideal de la institución. Todos los conflictos que aparecen y que recaen sobre sus hombros, en el medio de una crisis de fe y sequía espiritual profunda.

Sobre Ralph Fiennes no tengo nada más que decir que me parece brillante (como siempre, pero esta vez se pasó). La dificultad de tocar cuerdas profundamente dramáticas pero en un personaje que guarda su interioridad con recelo, y en un contexto marcadamente diplomático (o careta) en el que nadie muestra sus intenciones o sentimientos verdaderos. El hastío y cansancio, y cómo su cara se va transformando a medida que la trama avanza y el conflicto escala, acompañado de reacciones muy medidas que debe reprimir y que en poquísimos momentos logran aflorar. La capacidad para fluir con comodidad en los distintos idiomas que el protagonista maneja. La actitud corporal acompaña todo el tiempo su interpretación, constantemente midiéndose pero a la vez conflictuado, incómodo y extenuado.


El plot wist final no me parece que sea necesario, sin embargo suma. El desarrollo de la película está tan bien planteado que no hace falta un giro o un remate, podría perfectamente terminar con la elección de Benítez y acabar allí. Es cierto que se plantea un misterio sobre su figura y la clínica que visitó que finalmente reposa cuando nos enteramos lo referido a su consulta médica, pero creo que está lo suficientemente bien planteada toda la elección como para prescindir de la sorpresa. Así mismo, celebro el riesgo, no se ve venir que se trate específicamente de eso, y está muy bien tratado y con respeto, logrando impacto y escándalo sin ser burdo ni superficial. Se asume el tema con la complejidad correspondiente, y se arrojan más interrogantes que certezas.

El protocolo de la muerte del Papa, del llamado al cónclave y del proceso electivo están perfectamente mostrados, y se corresponden con el modo en el que tal cosas se dan en la realidad. Nótese además que por sí mismo, el hecho de poner papeles con el apellido de un cardenal en una urna, y repetirlo las veces necesarias hasta que se consolide una mayoría de 72, no resulta necesariamente muy apasionante (ni muchísimo menos). La película consigue, empero, que la votación resulte atrapante y emocionante. Esto se consigue realzar además con toda la subtrama de rosca, opereta, lobby, pasillo y mafia.

Todos los personajes están muy bien presentados, los papables sobre todo con el juego que se hace de las tomas que los muestran mientras se los vota. Encarnan valores arquetípicos y podemos conocer algo de la psicología y la interioridad de cada uno, viéndolos reaccionar a cosas allí encerrados. Más que destacabilísima mención a Isabella Rossellini como la hermana Agnes, en un papel bárbaro, con parlamentos muy escasos pero miradas y gestos sumamente elocuentes y certeros. Toda la dureza y la distancia, al mismo tiempo que la ternura y la compasión en una enorme interpretación casi silenciosa.

El vestuario, los interiores, el montaje, los planos, las angulaciones de la cámara, la fotografía, la paleta de colores, la edición de imagen y todo el despliegue de buen lenguaje cinematográfico la convierten en una obra maestra (y mi favorita del 2024 por lejos). Técnicamente la película es impecable, consigue un contraste atractivo por demás, a veces desde la simetría en los espacios abiertos, a veces de los primerísimos primeros planos bien cerrados, acompañando la tensión y las contrariedades del argumento. El juego que se consigue entre los planos fijos y las rotaciones de cámara dan un resultado muy dinámico que ayuda a que las dos horas que dura pasen muy amablemente. La música está muy bien, desde un rol bastante secundario pero marcando algunos acentos y matices interesantes.

El piso del claustro lleno de colillas de puchos, y su eminencia tirado en un banco scrolleando con el teléfono, se llevan todos mis aplausos.

Un poco menos espectacular que la película, pero completamente al caso, la microfísica del poder de Foucault

Cónclave y microfísica del poder

El poder

La microfísica del poder de Foucault plantea cómo el poder no se centraliza, sino que circula a través de interacciones cotidianas. En Cónclave, podemos apreciar al poder manifestándose en rituales, gestos sutiles, y la regulación del espacio y de la información, propiciando el negociado de las alianzas que continúan con la línea de la tradición y la subversión -como veremos- de las reglas establecidas. La película muestra a los cardenales envueltos en un protocolo completamente desarrollado y tipificado de manera muy específica, pero una vez que los vemos de cerca podemos observar cómo operan lógicas no escritas, reguladas por la expectativa y el control, ilustrando el modo en que las dinámicas microcrean y mantienen estructuras del poder comprendidas tácita y explícitamente por todos.

Todo el tiempo en la película vemos la tensión entre el cambio y la continuidad. Más allá de las posturas obvias que recaen sobre los distintos cardenales en el arco ideológico de la Iglesia, sino desde los detalle más concretos. El mandato, la costumbre, la seguridad y la búsqueda por garantizar la continuidad (que se jacta de una línea directa ininterrumpida desde el tiempo de Cristo), a su vez disputado por la necesidad y la imposición de un cambio que mire hacia las nuevas formas y los tiempos actuales.

Desde la perspectiva de la microfísica del poder propuesta por Michel Foucault, la película Cónclave puede leerse como un escenario en el que el poder no se concentra únicamente en la figura final del Papa, sino que se despliega y articula en cada uno de los signos, rituales y prácticas cotidianas que conforman el proceso decisorio. Foucault habla del poder como algo que no se posee, como dijimos, sino que circula y se ejerce en interacciones habituales y ordinarias.

Foucault sostiene que el poder no es una propiedad exclusiva de una autoridad central, por el contrario, se ejerce en cada interacción, en cada microrelación entre sujetos. En el cónclave, se revela una compleja red de relaciones en la que cada cardenal participa activamente como agente. Cada mirada, cada silencio y cada movimiento ritual no solo son expresiones simbólicas, son técnicas mediante las cuales se negocia y distribuye el poder.

Incluso el uso del idioma se convierte en un acto político, cuando por ejemplo Tedesco y los conservadores apelan al latín como idioma universal de la Iglesia, tesis sostenida por los tradicionalistas; y usan además el italiano para dirigirse a todos, mostrando su dominio histórico preponderante en la curia. Así mismo el uso del italiano también es desplegado por los cardenales liberales adscriptos al cambio, que hacen gala de manejar el idioma perfectamente, pero preferir el inglés como acto político que puede significar globalismo o apertura. El español también está subrayado, a veces como signo de no entrar en las disquisiciones idiomáticas de nicho, y a veces como reconocimiento entre los hispanohablantes, normalmente de corte tercermundista (¿Jaques Audiardle coincidiría?)

En la visión foucaultiana, las instituciones producen control y modelamiento de los sujetos mediante dispositivos de vigilancia, normas y rituales que internalizan formas de control. Queda clarísimo con la estricta organización del cónclave -con sus espacios delimitados, reglas de conducta y rituales religiosos- como un mecanismo disciplinario. Los cardenales, aun siendo figuras de alto rango, se ven inmersos en un ambiente en el que la autovigilancia y la conformidad a las normas internas moldean sus comportamientos, reproduciendo una estructura de poder que va más allá de las jerarquías formales. Es interesante ver que es la Iglesia regulándose a sí misma, es decir el colegio cardenalicio se obliga a tales normas creadas por el propio órgano con el fin de gobernar.

Queda bien clara la precedencia como norma habitual de comportamiento y reconocimiento de la autoridad. Precedencia se entiendo como el derecho a gozar de una prerrogativa de honor ante otras personas (tener el lugar más distinguido en una procesión, una ceremonia o una asamblea, tener el derecho a expresar una opinión, emitir un voto o estampar una firma antes que otros, desempeñar los cargos más honorables, convocar o decidir cuándo finaliza alguna instancia, etc). Así como las distintas sociedades ponderan la fuerza, la longevidad, la juventud, o la belleza como formas de detentar el poder, en la curia y en el cónclave las pequeñas decisiones las toma el que tiene mayor precedencia (por el oficio o la antigüedad).

Es por esto que el decano es el encargado del desarrollo del cónclave; y que de hecho cuando piensa dar un paso al costado se dice que la responsabilidad caería en Aldo, quien lo sigue en orden de precedencia. Nosotros en la película, de hecho, seguimos al camarlengo, o decano de la curia, que como podemos ver allí tiene unas funciones bien determinadas y específicas. Y por si en la película se escapan las tareas y distinciones propias, o para terminar de comprender al personaje de Lawrence, les ahorro el googleo: https://es.wikipedia.org/wiki/Camarlengo_de_la_Iglesia_cat%C3%B3lica

El secreto que envuelve históricamente al cónclave es, en sí mismo, una estrategia de poder. El hecho de ocultar las deliberaciones y los procesos internos sirve para crear un aura de misterio y de autoridad incuestionable, permitiendo así que las decisiones -aunque sean producto de múltiples micronegociaciones y juegos de poder según sostenemos- se presenten como manifestaciones de una verdad o de una voluntad superior. Incluso los propios cardenales especulan dentro del cónclave cómo la demora del proceso electivo podría ser interpretada desde fuera como signo de debilidad institucional, y por eso se prefiere adelantar las votaciones, poniendo foco en las concordancias estructurales más que en los conflictos hacia dentro de las dos grandes facciones. Desde la óptica foucaultiana, el control del discurso (lo que se dice y lo que se oculta) es fundamental para la producción de la verdad institucional, en este caso, la legitimidad del Papa elegido.

Cada ritual, desde la fumata hasta los votos y las ceremonias que se muestran en la película, puede ser entendido como una tecnología del poder en términos foucaultianos. Estos actos ritualizados no son adornos, sino prácticas que configuran el cuerpo y la mente de los sujetos, determinando quiénes son y cómo se comportan. La reiteración de estos actos crea un sistema en el que la autoridad se reitera a través de la repetición y la internalización, transformando la estructura visible en un entramado de control casi imperceptible.

El simple color rojo en el vestir, diferencia por ejemplo a los cardenales (los que tienen derecho a voto), de los arzobispos que visten de morado. Incluso más, el rojo simboliza el voto al martirio que le hicieron al Papa, es decir que son los únicos cristianos obligados a dar la vida en defensa de su fe ante un ataque. Como podemos imaginar, cada una de sus prendas tiene una simbología especial, y el simbolismo reviste todo el dispositivo de acumulación de poder que la investidura conlleva como autoridad. El ropaje que usa además cambia, como vimos, si se trata del uso cotidiano para las actividades civiles, o si se encuentran en una celebración litúrgica en la que la ropa que se les prescribe es otra. Y además no solo los uniforma, sino que puede ser usado por el contrario para distinguirse, si las telas son de mejor o de peor calidad, o si eligen hacer gala de prescripciones más antiguas, como Tedesco con la capa.

El espacio y la arquitectura son también dispositivos de gobierno. El espacio confinado y regulado del cónclave es es, como vimos, un elemento clave. Pero también la arquitectura y la distribución del espacio influyen en las relaciones de poder: delimitan quién habla, quién escucha y cómo se despliegan las estrategias individuales. Sirve también para marcar quién tiene la precedencia, o quien preside las distintas asambleas. Como todo, esto excede la esfera de lo formal, es decir así como los lugares están estipulados y asignados en el cónclave y en la misa, también cuando los personajes mantienen reuniones clandestinas con sus aliados, o mientras inocentemente almuerzan, la película elige mostrar igualmente el uso político del lugar. Para Foucault, el espacio es parte integral de los dispositivos de poder, y en la película se puede observar cómo la disposición física del lugar contribuye a la producción y al ejercicio de las dinámicas de control

La microfísica del poder también se manifiesta en las sutiles negociaciones y en el intercambio de miradas o gestos que constituyen el tejido de una lucha por el poder. En Cónclave, estas microprácticas -la formación de alianzas, las estrategias silenciosas y la lucha por posicionarse dentro de un proceso cerrado- demuestran que el poder se ejerce en la cotidianidad y en los detalles, no solo en los grandes actos formales.

La película no solo relata el proceso de elección del Papa, sino que al hacerlo, expone cómo el poder se construye, se negocia y se reproduce en cada interacción, evidenciando que la verdadera autoridad se teje en los detalles aparentemente insignificantes que constituyen el entramado de las relaciones humanas y, en este caso, eclesiásticas.

No es exclusivo de la Iglesia ni de las instituciones tradicionales, sino intrínseco e inherente a la condición humana, el relacionarnos a través de pequeñas y muchas veces inconscientes demostraciones en torno al poder que concentramos, circulamos y reconocemos.

La resistencia

Para Michel Foucault, subversión y resistencia no son conceptos simples ni se oponen directamente al poder de manera binaria. En su pensamiento como dijimos, el poder no es algo que se posea o se concentre en una única entidad, sino que se ejerce a través de relaciones dispersas en la sociedad. En este sentido, la resistencia no es algo externo al poder, sino que surge dentro suyo, como una posibilidad constante de transformación.

En Historia de la sexualidad, Vol. 1, Foucault afirma que "donde hay poder, hay resistencia". Esto significa que el poder no puede existir sin generar respuestas, tensiones y enfrentamientos. La resistencia es una parte del funcionamiento del poder y no una simple negación de este: el poder produce sujetos y normas, pero también abre la posibilidad de que esos sujetos actúen en su contra.

Así, la resistencia no es un fenómeno externo que lucha contra un poder monolítico, sino que emerge dentro de las mismas estructuras de poder y puede tomar múltiples formas, desde pequeños gestos cotidianos hasta grandes movimientos políticos.

Foucault entiende el poder como una red de relaciones dispersas en todas las instituciones y prácticas sociales. Dentro de estas relaciones de poder, surgen resistencias que no buscan destruir el sistema en su totalidad, sino que operan en niveles específicos. Es así que nacen dentro de las instituciones o sociedades distintas formas de resistencia pueden ser pequeñas e invisibles (microresistencias en la terminología del autor) o manifestarse en grandes luchas sociales que desafían estructuras de poder más amplias.

A diferencia de las teorías clásicas del marxismo o del anarquismo, Foucault no cree que haya un "sujeto revolucionario" predestinado a derrocar el poder. Más bien, las resistencias surgen de múltiples lugares, de diversas maneras y en distintos momentos. No hay un solo camino para la subversión, sino una multiplicidad de estrategias, tácticas y formas de lucha.

Finalmente, la resistencia no solo implica enfrentarse al poder, sino que también implica crear nuevas formas de ser, pensar y vivir. La resistencia foucaultiana no es solo negativa (oponerse al poder), sino también afirmativa: inventar nuevas formas de subjetividad que escapen a las normas impuestas. En este sentido, la subversión puede ser entendida como la posibilidad de imaginar y construir otras formas de vida fuera de los marcos tradicionales del poder.

Es notoria la narrativa de desobediencia en clave de resistencia que podemos leer en la película como un correlato constante. Si nos metemos dentro de la lógica de la teología católica, nuestro protagonista no es un héroe dentro de la historia, sino un antihéroe casi por definición: sus métodos poco ortodoxos, convierten la moral en un código más personal que convencional en el que el fin justifica los medios.

Thomas rompe con los códigos de moral establecidos en múltiples ocasiones a lo largo de toda la historia. Sin ir más lejos, casi al comienzo viola el secreto de la conversación privada que tiene con Janusz Woźniak el prefecto de la casa pontificia, quien ya por su parte había lo había hecho lo propio, y es una dinámica que se repite en toda la película, en pos de una búsqueda idealizada de “la verdad”, o si somos menos inocentes, de averiguar los motivos que anularían las postulaciones de los diferentes enemigos políticos como poco dignos para ser los vicarios de Cristo.

Esto se extrema todavía más cuando el sacerdote rompe o por lo menos distorsiona el secreto de confesión, con el que inicito a la hermana Shanumi a que le cuente en el marco del sacramento su situación personal con Adeyemi. Lawrence le revela a este cardenal nigeriano que está al tanto de su pasado, y lo convence de desestimar su propia postulación para evitar el escándalo.

También investiga por encima de sus competencias el misterio que envuelve a Tremblay, entrando en la habitación del difunto Papa, interrogando a sor Agnes, y exponiendo al candidato ante todos con las pruebas impresas, no sin antes tapar el nombre de sus amigos.

La forma en la que mejor maneja el cardenal Lawrence las dinámicas de desobediencia y resistencia, es el silencio. Sin dudas, motivado por nobles intenciones, crea espacios de confianza e intimidad con los distintos partícipes de la elección, consiguiendo información sobre la que luego decide callar o revelar conforme le convenga a su causa. También es el único que tiene contacto con el exterior, en virtud de su oficio, pero se debate acerca de cuánto puede jugar con esto por medio de Monseñor Raymond, su informante.

Esto además en el marco de una crisis grande de fe, dudas e incertidumbres respecto a que dios sea capaz de oír y atender sus oraciones, convirtiendo su causa en un ardid político ideológico que considera bueno, más que en una cuestión meramente religiosa. Por eso asistimos a múltiples ocasiones en las que tuerce o flexibiliza su moral, con acciones que no puede terminar de declarar. Todo el tiempo está dispuesto a cruzar los límites de lo correcto que reglas imponen, en su rol detectivesco que entiende como una legitimación al juego de ajedrez que pareciera haber directamente montado el Papa anterior para la elección de su sucesor.

El cardenal Lawrence reclama para sí mismo además el poder de constituirse como encargado de juzgar qué constituye o no la voluntad de dios, título que dice rechazar en varias oportunidades, pero que podemos ver cómo se lo arroga al final. Probablemente sea el único, junto con su informante, que conozca la situación llamativa que detenta el Papa electo. Y pareciera además resolver él solo, y sin consulta con el colegio cardenalicio, la validez de la elección del candidato; cuando se entera que el anterior Romano Pontífice conocía la situación de Benítez y aun así lo instituyó cardenal in pectore. Es más que probable que la noticia hubiera sido tomada como un escándalo insostenible si cualquiera de los otros electores se hubiera enterado, sin embargo -hasta donde vemos- Thomas elige callarse y creer en su legitimidad.

Por fuera de las estructuras que construimos en torno al control, el poder se nos escapa y se nos diluye, ejerciéndose más que poseyéndose, y circulando por reglas o contratos más informales y naturales que los códigos establecidos, generando así relaciones y resultados más complejos, profundos y contradictorios.

Así, es que a veces creemos erigir laberintos reales por donde expresar, encerrar y detentar el poder, pero nos encontramos con otros laberintos menos declarados, llanos y a la vista de todos, donde los verdaderos juegos de poder pueden perdernos seriamente.

Filosofía puchito


Mejor que lo dicho, mi cuento favorito de Borges, a quien sabemos, Foucault leía con interés.

Los dos reyes y los dos laberintos

Jorge Luis Borges

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso."
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquél que no muere.

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